Jesús, un niño de San Francisco de la Montaña, me mostraba tímido su enorme trompo. Preguntaba por hilo pabilo. A falta de uno suficientemente largo tomó un cable no sé de dónde y lo utilizó para bailar su trompo y competir en la Rayuela. Más tarde mi asombro se triplicó: supe que el trompo lo hizo él mismo. Y luego dicen que las criaturas mágicas no existen.