miércoles, 22 de febrero de 2012

El Florón

El florón está en la mano
y en la mano está el florón.
Floroncito de mi vida
florón de mi corazón.

Por aquí pasó
que lo vide yo.
Por aquí pasó
que lo vide yo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Jugando en San Francisco de la Montaña I

Atendiendo a la invitación de Songo (Edilberto González Trejos) llegué por primera vez como asistente y participante al Festival San Francisco de la Montaña. El propósito básico: debutar como animadora de juegos de antaño. Salimos mi hermano Maco, mi sobrina Luna de tres años y su mamá Carolina, que al igual que yo cargábamos con nosotr@s muchas preguntas sobre el lugar a dónde íbamos, de cómo sería el ambiente, su gente y sobre todos sus niños. Pero los nervios propios de una primera experiencia no apaciguaba nuestra alegría de poder llevar a cabo este proyecto que nació de una lluvia de ideas entre amigos, y lo más divertido es que entre amigos lo íbamos a desarrollar.

Uno de los entusiastas 'birriosos' que se unió a la causa fue Carlos Fong, conocido cuentista y promotor de lectura del I.N.A.C. (Instituto Nacional de Cultura de Panamá). Apenas supo de todo esto una semana antes se apresuró a conseguir unas canicas y planeó una tarde de juegos en mi casa para recordar todas esas jugadas de la "bola de quiñá" a las que les acompaña un léxico algo olvidado. Lo mismo sucedía con el resto de los juegos planeados en nuestro repertorio: bailar el trompo, jugar a los jacks, a La Tiene, al Congelao', a La Lata, al Pan con Queso y a algunas rondas. Del pobre yo-yo desistimos por no encontrar de los buenos. Los únicos responsables que se consiguen por ahí, los Duncan, no bajan de $ 3.00. 

Como imaginarán el factor económico no deja de jugar en estos asuntos y qué bueno que es así. Sin reflexionar mucho en ello descubrimos uno de los propósitos primordiales de la actividad: mostrar cómo la tradición nos enseña a divertirnos y convivir sin necesidad de juguetes caros o de ninguno en absoluto. ¿Cuánto se necesita, por ejemplo, para obtener una lata, llenarla de piedritas y jugar con ella de 2 a quién sabe cuántos jugadores? Cuesta prácticamente nada. Y vale mucho.

San Francisco de la Montaña se convirtió así en una dulce prueba de fuego. Llegamos a eso del mediodía del sábado a la placita de la iglesia. ¡Y qué iglesia! No todos los días se topa una con un recinto del siglo XVIII y con retablos del barroco americano tan bien conservados. La plaza que bien la acompaña anunciaba la presencia de la infancia. Goza de dos columpios y de unos frondosos árboles que invitan al juego, al descanso y a la 'buena conversa'. Allí nos acoplamos con l@s amig@s escritores, músicos y talleristas que nos brindaron la confianza para sentirnos en familia, una gran familia en el arte.

3:00 p.m. del sábado. La hora de actuar había comenzado. Nos instalamos en el gazebo porque nos parece el lugar ideal para bailar trompos. Pero mientras analizo si el área aledaña entre los árboles es ideal para el juego de las canicas algo ya estaba sucediendo: Mi hermano había sacado su larga soga de campamento y se había puesto a saltar en el interior del gazebo con Carolina y Victoria del Teatro Rayuela de Panamá. Sólo hice preguntarle a tres niñas que atónitas miraban a estos 'mamullones' si querían jugar para que la mecha se prendiera: Las niñas se unen al juego, y con ellas, un ramillete de chiquillas y chiquillos que corrían hacía el gazebo de la diversión. Nuestros juegos tradicionales habían comenzado.

Fue curioso observar el poder de convocatoria de una soga. Primero fueron los niños y los adultos no tardaron en caer en el encanto de saltarla. Algunas niñas más chicas buscaban la manera de adaptar sus cuerpecitos a las exigencias del juego. Afortunadamente contaba con unas cuerditas, bastantes malas por cierto, que conseguí en uno de esos almacenes mayoristas de Avenida B. Pese a no ser muy eficientes cumplieron un propósito con estas casi bebés, y fue estimularlas a dar saltitos, convencidas de que pronto lograrán aprender el juego, o al menos eso se leía en sus caritas. Lo importante para mi es que de alguna manera no se sentían excluidas de la diversión, ni ellas ni sus mamás. Todos estos saltos sucedían mientras Viqui, en una esquina silenciosa, jugaba a los jacks acompañada de la sonrisa de un par de niñas. 

Continuará... ¡WEEEEE!